P. Jorge
Delpiano s.j.
Para entender la expresión “sentir en la Iglesia”, hay que
enfatizar el verbo “sentir”. Se
refiere a “percibir”, “escuchar”; pero “sentir” se refiere, también, a algo
relativo al afecto, al corazón, a “tener sintonía”.
“Sentir en la Iglesia” supone ser parte de ella (“en la Iglesia”);
percibir lo que Ella siente. No es solamente algo racional, sino algo que lleva
jugarse la vida por un cariño, y que hace percibir, hace escuchar. En este
sentido lo estoy tomando en esta la mañana.
Algunos a veces hablan de sentir “con” la Iglesia; pero el sentir
“con” parece que fuera algo desde afuera. Yo no estaría EN la Iglesia: escucho
lo que dice la Iglesia, concuerdo con ella, pero no me juego por ella. El
sentir en la Iglesia supone ser parte de ella y percibir lo que ella siente.
Para ir explicando este tema, tomaré una figura bíblica. Voy a ir
haciendo referencias a Moisés, comentando algunos aspectos de este personaje de
la Biblia, para que podamos concluir al final en este “sentir en la Iglesia”.
Moisés es miembro del pueblo de Israel, es un israelita; pero es
un Israelita atípico, porque fue educado en la cultura egipcia. Siendo él muy pequeño,
guagüita, lo rescató de las aguas del río Nilo la hija del Faraón; se lo
llevó al palacio, y Moisés creció en la corte del Faraón. Es decir, recibió la
cultura egipcia. Más tarde, siendo ya grande, vio a un egipcio que maltrataba a
un israelita: pensando que nadie lo observaba, mató al egipcio y lo escondió en
la arena. Pero se enteró de que lo habían visto y él mismo huyó a Madián. Esta
región queda junto al golfo de Aqaba,
más allá del Monte Sinaí, en la península arábica, bastante lejos de Egipto.
Seguía siendo israelita allá en Madián, pero en otro contexto: no
era la realidad que estaba viviendo su pueblo. Él estaba fuera, estaba lejos,
no llegaban las noticias, y no sentía él lo que estaba viviendo el pueblo de
Israel.
¿Cuál es el aporte de Moisés? La Biblia dice que Moisés era “el
hombre más humilde que la tierra haya dado”, según el libro de los Números
(12/3). La humildad es un requisito para “sentir en”; si estamos
hablando de “sentir en la Iglesia”, la humildad es un requisito para comprenderlo
y para hacerlo carne en nosotros. La pertenencia a un pueblo supone la humildad:
ella es lo opuesto al individualismo; la humildad supone que yo me pongo de
parte del otro, que escucho al otro y, por lo tanto, es un requisito para
pertenecer a una comunidad humana.
Moisés es elegido para conducir a unas tribus semitas en un largo
peregrinaje de cuarenta años. La misión encomendada a Moisés hará de él la
imagen del gran intercesor. Dios lo envía a hablar con el Faraón para que éste
deje salir a su pueblo de Egipto y, desde allí en adelante, Moisés va a ser el
gran intercesor, porque tiene que escuchar a Dios y tiene que escuchar al
pueblo. Al pueblo le va a presentar la queja de Yahvé, cuando el pueblo cae en
apostasía, Dios va a hablar con Moisés, y será Moisés el encargado de advertir
al pueblo que está rompiendo la alianza con Dios. Pero le va a hablar también a
Dios de parte del pueblo, sobre todo pidiendo perdón en nombre de éste, a
Yahvé, al Señor.
El intercesor asume la suerte de sus
representados. No es una figura aislada del resto, está asumiendo la suerte
de sus representados. Después del pecado de Israel, Dios le dice a Moisés: “Yo
a ellos los voy a herir de peste y los desheredaré. Pero a ti te convertiré en
un gran pueblo más poderoso que ellos” (Números 14/13). Y Moisés dice: “este
pueblo ha cometido un gran pecado, pero dígnate perdonar su pecado. Y si no,
bórrame del libro que tú has escrito” (Éxodo 32/32). El intercesor asume hasta
el fin la representación del pueblo por el que está intercediendo.
El intercesor, Moisés, se presenta también al
Faraón en favor de su pueblo, para aliviar la situación durísima que están
viviendo: les han aumentado el trabajo, ya que no sólo tienen que fabricar los
ladrillos, sino ahora también deben ir a buscar la paja al campo; pero la
intercesión va a llegar hasta solicitar que deje salir al pueblo de Egipto, que
es lo que Dios le había encomendado.
Moisés está impresionado, porque la alianza que
Dios establece ahora es con un pueblo. Antes de Moisés, hay otras alianzas:
cuando terminó el diluvio, Dios hizo alianza con Noé, y puso el arcoíris como
señal. Pero era una alianza con Noé, y eso incluía a su familia, no había más.
Dios va a hacer una alianza con Abraham, pero es una alianza en que le promete
que va tener un gran pueblo, pero la alianza es con Abraham.
En el caso de Moisés, él cae en la cuenta de
que ahora es algo diferente, la alianza no es con una persona, sino que es con
un pueblo. “Tú serás mi pueblo, y yo seré tu Dios” dice el Señor. Moisés está
impresionado por este cambio. Percibe que algo distinto está llevando a cabo el
Señor. Y Dios le revela a Moisés un
secreto desconocido que es indescriptible: que Dios viene hacia el hombre, que
viene hacia todos los hombres, hacia todas las personas, y que viene hacia el
pueblo. Este Dios se compromete con la suerte de esas tribus, de esos hombres y
mujeres que estaban sometidos a la esclavitud en Egipto.
Dios se compromete, pero además firma un
contrato, y ese contrato Dios lo va a cumplir. La alianza está precedida por
seis días, dice el libro del Éxodo, en que “la gloria del Señor estaba sobre el
monte Sinaí, y la nube la cubrió durante seis días. Al séptimo día Moisés
penetró en la nube y subió a la montaña, quedándose allí 40 días y 40 noches” (Éxodo
24/15). ¡Se queda Moisés, 40 días y 40 noches!
Moisés es un hombre de oración. Ser
intercesor supone también ser un hombre de oración, un hombre de
adoración, de alabanza, y de intercesión y acción. Se entiende con
Dios, se comunica con Dios, pero está siempre atento a interceder por su pueblo
y a actuar en favor de su pueblo. Moisés, podemos decir, es un contemplativo
lanzado a la acción: un hombre que busca retirarse para estar a solas
con Dios, pero a quien persistentemente Dios lo lanza a la acción. Es un
contemplativo lanzado a la acción.
Dios se revela a Moisés como el Dios de
Abraham, de Isaac y de Jacob. “Yo soy el Dios de tus antepasados. Yo soy el
Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” (Ex. 3/6). Pero Moisés quiere conocerlo
con un conocimiento personal, no le basta con que sea el Dios de sus
antepasados. Busca una experiencia personal de Dios y esto hace que comience a
orar en verdad. La Búsqueda de Dios va a llevar a Moisés a ir purificando su oración y a ir
centrando la oración en esta búsqueda de Dios, una oración que hará en
verdad. Y entrará cada vez más en la intimidad con Dios, deseará que esta
presencia no lo abandone en adelante. Lo que él va viviendo, lo que él va experimentando,
él quiere que no sea una experiencia puntual, sino que permanezca en el futuro.
¿Cuál es la grandeza de Moisés? La grandeza
de Moisés es la de su intimidad con Dios. “Es de toda confianza en mi casa, hablo
con él boca a boca, sin enigmas, y contempla la imagen de Yahvé”, dice también
el libro de los Números (12/7).
Antes de entrar más específicamente en la
parte de “Sentir en la Iglesia”, quiero hacer una referencia a la historia de
Moisés. En la historia de Moisés hay varias tentativas de liberación. El
pueblo de Israel -las tribus que están en Egipto- está sometido a la
esclavitud, y hay varios tentativos de liberación. Pero una sola es la vía de Dios.
¿Cuáles son estos tentativos de liberación?
El primero es la rebelión de las parteras. El Faraón había dado la orden que
todos los hijos varones de los Israelitas fueran asesinados al nacer. Había
aumentado mucho la población israelita, ya era peligrosa para los egipcios; se
trata entonces de disminuir esta población, y el Faraón decide que sean eliminados
los niños varones israelitas al nacer. Pero se ve que la mujer que asistió al
parto de Moisés no hizo lo mandado por el Faraón y no lo mató. Eso le salvó la
vida a Moisés, pero con el pueblo no pasó nada. La rebelión de las parteras, la
historia de las parteras, no era la solución de Dios.
Segundo tentativo de liberación: el de la hija del Faraón. Ella actúa con
misericordia con el niño supuestamente huérfano. Lo encuentra en un canastito
en el río Nilo entre los juncos, lo toma, se conmueve y se lo lleva. Actúa con
misericordia para con ese niñito, pero esto no cambia la situación de conjunto
de Israel. No era la solución de Dios.
Tercera tentativa: la violencia. Cuando Moisés ve que hay un egipcio maltratando a un
israelita, mata al egipcio y piensa que nadie lo ha visto. Pero este tentativo,
por la vía de la violencia, termina por dividir a los mismos israelitas y
genera más violencia por parte del sistema, y Moisés termina exiliado en Madián.
Tampoco resultó: no era la vía de Dios.
El cuarto tentativo es el de las negociaciones. Moisés y Aarón negocian
el mínimo con el Faraón: “déjanos salir a hacer un sacrificio a Yahvé en el
desierto”. Están tratando de obtener la liberación temporal del pueblo, pero
tampoco va a resultar por ese camino. Entonces se van a producir las pestes que
recibirá Egipto como advertencia, según sabemos por el conocimiento que tenemos
de la historia de Israel.
Quinto tentativo. Moisés cada vez tiene más
prestigio y el faraón está cada vez más desprestigiado, en el relato
bíblico. Entonces, ¿no habría que
sustituir al Faraón por Moisés? ¿No habría que poner a Moisés como jefe de
Egipto? Tampoco es la vía de Dios. El que
uno se prestigie y el otro se desprestigie, no es la vía de Dios.
¿Cuál es la vía de Dios para liberar a su
pueblo? Es salir del sistema. Que no
haya rey, que no haya palacio, que no haya esclavitud, que haya solidaridad,
que sea un pueblo sacerdotal llamado a bendecir a todas las naciones,
mostrándoles un camino distinto de sociedad. Esa es la propuesta de Dios. Y ese
va a ser el proyecto de Dios para el pueblo de Israel. Por eso Dios no quiere
que haya reyes, por eso no quiere que haya templo, por eso no quiere que haya palacios,
él mismo no quiere tener una casa; por eso va a existir el estatuto del pobre,
de manera que en Israel esté garantizado que nadie tenga que vender su
parcelita por deudas, o por una mala cosecha, o por problemas de salud. El
proyecto de Dios es distinto de todos los cinco anteriores que eran tentativas
humanas de liberar al pueblo.
La Iglesia
enfrenta problemas serios, lo conocemos, lo sabemos, no hay que matizarlos, ¡pero
siempre la Iglesia enfrenta problemas serios, no sólo en nuestra época! La
iglesia enfrenta problemas serios, ahora y siempre. Si vemos la historia de la
Iglesia, sorprende cuando no hay crisis y enfrentamiento y, generalmente,
corresponde con períodos de debilitamiento de la vida cristiana.
La tentación
es buscar formas de solución que no corresponden a la “vía” que Dios quiere; no
buscar la manera en que Dios quiere que haya solución a los problemas, ésa es
la tentación. ¿Cuál es el estilo de Dios? Por ejemplo, Israel, no era el pueblo
más numeroso, ni el pueblo más fuerte, ni el pueblo más rico. Es el más pobre
de todos los pueblos de la tierra, es una cultura inferior a la de Babilonia (partiendo
por los sumerios), inferior a Asiria, inferior a Egipto, inferior a Grecia. Y
allí está este pueblo que es pequeñito,
en un territorio pobre, en que son poco numerosos: ¡ése es el criterio de
Dios para elegir a su pueblo!
Vemos,
también, el criterio del número escaso como estilo de Dios, en la historia de Gedeón,
que tiene treinta y dos mil guerreros para defenderse de Madián, y Dios le
dice: “Son muchos: si ganan, van a pensar que lo hicieron por ustedes”. Y
entonces le va a reducir el ejército hasta que queden solamente trescientos. Y
les dice: “bueno, ahora sí, ahora vamos a la batalla y sabrán que fui yo el que
les di la victoria”. (cf. Jueces 7).
¿Qué supone
el “sentir en la Iglesia? Teniendo en cuenta la historia de Moisés, el hombre
más humilde, el gran intercesor, el conductor, el creador de una
institucionalidad para ese grupo de tribus semitas que salían de Egipto camino
a la tierra prometida, “Sentir en la Iglesia” -y esto, me atrevo a decirles, es
tarea particularmente de ustedes, ahora como miembros de la Asamblea Sinodal- “sentir
en la Iglesia” supone la capacidad de entrar en el misterio. La Iglesia
como ‘pueblo de propiedad del Señor’, la Iglesia como ‘cuerpo de Cristo’. No
estamos hablando de una ONG, como dijo el Papa Francisco, la Iglesia no es una
ONG. “Sentir en la Iglesia” supone la capacidad de entrar en el misterio.
“Sentir en
la Iglesia” supone una Alianza de Dios con un pueblo. Hay
una alianza, y una alianza firmada por Dios en la Sangre de Jesucristo. Una
alianza de Dios con un Pueblo, no sólo
con un conjunto de personas: tiene una organización, tiene un conductor, tiene
conciencia de un origen común. Alianza de Dios con un Pueblo.
“Sentir en
la Iglesia” supone ser intercesor. Supone llevar al Pueblo lo comunicado por el
Señor, y llevar al Señor las necesidades del pueblo. Y supone compartir
la suerte de los representados. Cuando Dios dice a Moisés “baja que tu
pueblo, el que tú sacaste de Egipto, ha prevaricado”, Moisés le responde:
“Señor, es tu pueblo, el que tú sacaste de Egipto” (Éxodo 32/11). Comparte la
suerte de los representados. “Si los vas a eliminar a ellos, bórrame también a
mí del libro que tú has escrito”, le dice.
“Sentir en
la Iglesia” supone tener curiosidad por conocer más al Señor.
Como Moisés que, cuando Dios se le
revela como el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, llega un momento en que
eso no le basta. Él necesita tener una experiencia personal de Dios. “Sentir en
la Iglesia” supone tener curiosidad por conocer más al Señor, supone entrar en
la nube y permanecer cuarenta días y noches en esa nube de la intimidad con
Dios, como Moisés.
“Sentir en
la Iglesia” supone ayudar a gobernar. A veces a los seminaristas, en el trabajo
como director espiritual del Seminario, les digo: “ustedes harán promesa de
obediencia al obispo”. No basta con que ustedes hagan lo que el obispo les manda,
esa es una obediencia infantil. La verdadera obediencia es ayudar a gobernar:
dar ideas, sugerir al Obispo nuevas formas de escuchar a Dios, mostrar ángulos y sectores que no son tomados en cuenta en los
planes pastorales, “sacar la Iglesia a la calle” como insistió el Papa
Francisco en Río de Janeiro, asumir tareas odiosas, no buscar visibilidad ni
carrerismo, (palabra del Papa Francisco también), porque el carrerismo en la
Iglesia es intolerable. Si alguien quiere trabajar en la Iglesia y quiere hacer
carrera, ésa no es la Iglesia de Jesucristo. Supone ayudar a gobernar, asumir
tareas odiosas. Un cura párroco se enfermó en una parroquia que no es muy
apetecida por el clero, tener la capacidad de decirle al obispo: “¿Sabe qué
más? Si necesita, mándeme a mí, yo asumo. Estoy dispuesto a asumir tareas odiosas”.
Lo mismo vale para un laico comprometido
en la acción pastoral: a veces se vive como una tragedia el que me digan que ya
no me necesitan en catequesis o en el Consejo Económico. Sentir en la Iglesia
supone ayudar a gobernar.
“Sentir en
la Iglesia”, en una frase de un poeta español que se llama León Felipe, es: “no
importa llegar primero, lo que importa es que lleguemos todos”.
Eso es “sentir en la Iglesia”: caminar como Pueblo de Dios, haciéndome
responsable de que también lleguen los más débiles, los excluidos, los enfermos
crónicos, los pecadores, “lo que importa
es que lleguemos todos”.
Hablé al
comienzo que “sentir” supone percibir, supone escuchar, supone que hay afectos,
que hay corazón, que se compromete, que hay sintonía. Ser parte de la Iglesia
es sentir “en ella”, sentir en la
Iglesia y percibir lo que ella siente. En expresión del Papa Francisco, sentir
en la Iglesia es “tener olor de oveja”. Tener olor de oveja es sentir en la
Iglesia.
Sentir en la
Iglesia es realizar las mismas obras de Jesús. ¿Cuáles son las obras de
Jesús? “Jesús de Nazaret, ungido de Dios con poder, que pasó haciendo el bien,
y curando a todos los oprimidos por el diablo porque Dios estaba con él”, dice
San Pedro en casa del centurión Cornelio (Hechos 10). ¿Cuáles son las obras que
realizó este Jesús que pasó haciendo el bien? Los pobres. “Cómo quisiera una Iglesia de los pobres y para los
pobres”, dijo al comienzo de su pontificado el Papa Francisco. Realizar las
obras de Jesús es tener sintonía con los pobres, con los pecadores, con los niños, con
las mujeres, con los pueblos originarios, con los homosexuales, con los
separados, con los estudiantes, con los curas tímidos que se marginan por
timidez, con los enfermos. Realizar las mismas obras de Jesús va por
allí. Y eso es “sentir en la Iglesia”: realizar
las mismas obras de Jesús.
“Sentir en
la Iglesia” es tener la capacidad de expresar en gestos. Las
palabras no conmueven, los gestos sí. Lo vemos también en el Papa Francisco
desde el comienzo. Hace patentes algunas cosas que no necesitan comentario, son
evidentes para todos. Cuando él, obispo de Roma, antes de dar la bendición a su
pueblo le dice a su pueblo que ore por él y que lo bendiga a él, está haciendo
un gesto distinto de lo que se hacía antes. La capacidad de expresar en gestos.
Y por
último, “sentir en la Iglesia”, es volver al Vaticano II. ¡Volver al
Vaticano II! Lo recibimos, nos interesó, pero después quedó guardado, y no
caminamos con el Vaticano II. Y en esto no sólo el concepto de “Pueblo de Dios”,
que puso de relieve el Vaticano II, sino también la participación activa del Laico en igual dignidad que el sacerdote.
No es sólo la participación activa del laico, sino en igual dignidad que el
sacerdote, porque la dignidad viene del ser hijo de Dios por el bautismo y no
por la Ordenación presbiteral. ¡La participación activa del Laico!
Y en cuanto
a la Liturgia -también sobre el Vaticano II-hay una gran deuda con la Iglesia,
y les dejo la palabra a los sinodales: “Los pastores de almas deben vigilar para
que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la
celebración válida y lícita, sino para que los fieles participen en ella
consciente, activa y fructuosamente” (Sacr. Concilium 11). ¡Está pidiendo la
participación activa, consciente y fructuosa de los fieles! “La Santa Madre
Iglesia desea ardientemente” –¡desea ardientemente!– “que se lleve a todos los
fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones
litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma, y a la cual tiene
derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano”(Sacr.
Concilium 14). ¡No basta con que digan “y con tu espíritu” y recen el Padre
Nuestro! ¡Esa no es participación plena, consciente y activa, a la cual tiene
derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano! Y la tercera
cita también viene de allí: “Para promover la participación activa, se
fomentarán las aclamaciones del pueblo, las respuestas, la salmodia, las
antífonas, los cantos, y también las acciones o gestos y posturas corporales.
Guárdese además a su debido tiempo, el silencio sagrado” (Sacr. Concilium 30).
Pero hay que promover, dice, la participación activa y para ello se fomentarán
las aclamaciones, las respuestas, la salmodia, las antífonas, los cantos, también
las acciones o gestos y posturas corporales.
Y siempre
sobre el Vaticano II, “sentir en la Iglesia” es recordar que la Iglesia es Pueblo
de Dios, que la Iglesia es misterio y sacramento, que la
Iglesia es peregrina, que la Iglesia es servidora y que la
Iglesia es Iglesia de comunión.
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