LO QUE
JESÚS
PREGUNTA/PIDE A
SUS DISCÍPULOS HOY
P.
Fernando Montes s.j.
He vivido cinco Iglesias. Viví
la iglesia antigua: rito, fidelidad, mis padres, mi familia, todo era claro,
todo seguro. Nosotros teníamos, ciertamente, la verdad y los otros eran los
enemigos de la Iglesia, y rezábamos felices al final de la Misa y en el mes de
María pidiendo que se confundieran esos enemigos.
Después vino la preparación
del Concilio y el Concilio con su aire fresco, sus esperanzas y nuevas
perspectivas. Terminado el Vaticano II surgieron los problemas del
post-concilio. Aquí en Chile, a los jesuitas se nos salieron todos los
novicios, se salió de la Compañía el Maestro de novicios y numerosos sacerdotes
y estudiantes abandonaron nuestra orden… fue tremendo. Cuando yo me ordené el
68, un padre mayor me dijo: ‘al final de
tu vida apaga la luz’. Vivíamos una profunda crisis. Muchos jóvenes atraídos
por el marxismo y la revolución se alejaban de la Iglesia y su doctrina. Entonces
vino el golpe y tuvimos la experiencia de una iglesia que se jugaba por los
derechos humanos y que cumplía un rol importante en la sociedad chilena.
Surgieron vocaciones…Los obispos hacían oír su voz, y se convirtieron en voz de
los sin voz; defendían a las personas y sobresalía la figura del Cardenal
Silva. A mí me tocó empezar a formar a jesuitas en ese tiempo, conocí a muchos jóvenes con una gran esperanza
en la Iglesia.
Finalmente, en los últimos
años, todos hemos experimentado una Iglesia con problemas serios. Han sido
particularmente graves los abusos denunciados en muchas partes del mundo y en
especial entre nosotros. Hemos vivido un período duro de desaliento y de
desconfianza hacia la iglesia. Pero el momento de crisis es una oportunidad: yo
hoy siento un aire nuevo, lo vi el día que estuve en Roma en el cambio de Papa
en la plaza de San Pedro. Hasta en la prensa no siempre muy benévola como ‘el
País’ de España por primera vez en años se habla bien de la Iglesia.
Quiero con mucha humildad
reflexionar y compartir a partir de esas experiencias eclesiales. Yo creo que
un Sínodo es una relectura de la historia y de las fuentes, es una escucha
nueva al Señor y responde a una responsabilidad compartida de
Evangelización. La evangelización tiene
varias dimensiones: volver a la Iglesia a sus orígenes, anunciar la buena
noticia a los que están lejos, empapar la cultura de sabia evangélica y lo más
difícil: ensanchar nuestro propio corazón para darle cabida a la Palabra de
Dios. Evangelizarse a uno mismo es la más difícil de las evangelizaciones pero
todo tiene que comenzar por ahí.
Yo viví una experiencia preciosa
pero dura en Lovaina, el año 68 mientras estudiaba sociología. Hasta allá
llegaban todas las inquietudes que iban surgiendo en Chile. La revolución
cubana ejercía un gran atractivo, muchos jóvenes ponían su fe entre
paréntesis, dejaban la doctrina social
de la Iglesia para inspirarse en Marx. Eso me llevó a estudiar
a fondo a Marx y a las diferentes escuelas de marxismo; a estudiar la escuela de Frankfurt, a leer a Nietzsche
para tratar de entender lo que estaba pasando. Por otra parte en la teología
se hablaba de la secularización de Harvey Cox y del libro del Obispo inglés
Robinson sobre de la "muerte de Dios". En un momento, me di
cuenta que me costaba hablar con sencillez de mi fe en Jesucristo. Me daba
vergüenza hablar con mis profesores y compañeros archicríticos. Me dije ‘tú vas
a perder la fe y vas a perder tu sacerdocio si no tienes cuidado’. Hice entonces
una lectura del Evangelio con toda mi alma. Me limpié los ojos para leerlo, en
lo posible, con una mirada nueva. Fue para mí un volver a mis raíces. En
Lovaina, en lo más complejo de mis estudios, yo volví a mis raíces. Recordé a
una mujer campesina, limpia y pura, que trabajaba en mi casa cuidando a los
niños. Era mi mama María. Y yo me di cuenta, mirando mi vida, que lo más
sólido, lo mejor que yo tengo lo aprendí con el testimonio de esa mujer. Ella me
enseñó lo más importante, mucho más que el colegio o la universidad, porque
ella me enseñó a amar, a respetar a los pobres, a amar a Dios; me enseñó a
rezar. Iluminado por la antropología alemana, descubrí ahí las fuentes de mi
cultura, el fundamento de mi humanización, aquello que me permitía caminar con
sentido por la vida; que me daba luces para encarar el fracaso y la muerte y
curiosamente para enfrentar los
profundos cambios que experimentaba en
mí y en mi entorno. Y ahí comenzó una cierta evangelización de mí mismo.
Al volver a Chile, después de muchos años, humildemente fui a Chépica, busqué
la tumba de mi mama, para reencontrarme con mis propias raíces y agradecer su
testimonio.
Creo que un Sínodo es la
ocasión para la propia conversión, para volver a las propias y más profundas
raíces… porque por ahí comienza el camino de la evangelización. Pero como
decíamos, evangelizar no es solo recibir la palabra sino también anunciarla a
otros… comenzando por la evangelización de la misma Iglesia. Uno tiende a entender
la evangelización sólo como el anuncio hacia afuera, pero como es lógico, la
Iglesia también necesita evangelización. Los golpes que ella ha recibido, sus
debilidades son una oportunidad extraordinaria para volver a leer el Evangelio
para que la misma Iglesia lo encarne y
lo irradie desde su propia vida.
Yo recuerdo que al cumplirse
6 años del último Sínodo de Santiago nos
reunimos los antiguos sinodales para revisar lo que había pasado en esos seis
años. El Arzobispo de ese momento me pidió que resumiera lo que habíamos hecho
y aprendido. Recordé entonces que al terminar nuestra reunión seis años antes, la
primera conclusión, la gran petición formulada por todos, era que la Iglesia
fuese más misericordiosa. Los sinodales se referían sobre todo a las parejas
que habían fracasado en su primer matrimonio. Al comenzar mi exposición sobre
lo ocurrido en los últimos años dije que tal vez lo más significativo era el
cambio de la situación de la Iglesia misma. En ese lapso de tiempo había
ocurrido un hecho muy penoso para todos nosotros. Se trata de la situación del
padre de Tato que echó una sombra de dudas sobre todos los sacerdotes y sobre
la Iglesia misma. En esa situación el cambio era tan profundo que ya no era la
Iglesia la que tenía que hacerse misericordiosa sino al revés humildemente
pedir que se tuviese misericordia con ella. Si eso fue así hace ya algunos años,
hoy día esto es mucho más claro. Curiosamente eso nos coloca en una mejor situación para escuchar y
comprender el Evangelio como noticia salvadora. Eso no pone del lado de los
débiles, de los humildes que se abren a la buena noticia. Por lo anterior, creo
que este momento de la Iglesia es privilegiado para una Evangelización.
Decíamos más arriba que la
evangelización supone el cambio propio, la conversión de la Iglesia, el anuncio
a los que están lejos, pero hay una cuarta dimensión que en cierto modo lo
abarca todo: Se trata de la evangelización de la cultura de la cual empezó a
hablar ya Pablo VI y a la que se refirió la Conferencia de Santo Domingo. En
esta evangelización de la cultura quiero detenerme siendo fiel a la Carta
Pastoral del Comité permanente del episcopado chileno porque me parece que
tocando este tema, escuchando a Jesús desde esta perspectivase puede tocar mi
propio corazón, el de mi Iglesia y el de mi sociedad.
La carta pastoral aludida tiene
tres grandes partes: primero, pide perdón, invita a la humildad y a la propia
evangelización. Segundo, hace un análisis de la cultura actual para ver en ella
lo bueno y lo malo que ella tiene y para tomar consciencia de los malestares
existentes. Y tercero, es lo que un Sínodo tendría que hacer, se vuelve a
Jesucristo, para pedirle a él, en este
momento de Chile, que nos diga qué haría si estuviese hoy en nuestro lugar.
Al analizar nuestra cultura
constatamos sus grandezas y debilidades y en ese contexto podemos percibir el
sentido actual del cristianismo y su enorme significación. Yo hoy día estoy
infinitamente más convencido del cristianismo de lo que estaba antes. Leyendo
la literatura contemporánea: a Coetzee, a Huellebecq, a Fransen, a Philip Roth,
a Mo Yanetc. Uno se da cuenta, cuan notablemente pertinente y actual es Jesús
si lo sabemos nombrar.
Para entender lo que
queremos decir es bueno precisar los conceptos. Desearía definir lo que
entiendo por cultura y su relación con lo que entendemos por naturaleza. A
partir de ahí veremos en qué tenemos que insistir hoy para evangelizar la
cultura y qué significa esto para un sínodo.
Cuando uno habla de
cultura, se puede entender el concepto de dos maneras. Una es la cultura
erudita, la cultura de los sabios. Acaba de sacar un libro Mario Vargas Llosa,
sobre la perversión que significa la cultura de espectáculo, que destruye la
cultura erudita. Cuando el Papa vino a Chile, el año 87, se reunió en la
Universidad Católica con el mundo llamado de la cultura. Es decir, los
escritores, los profesores universitarios, poetas, cineastas, etc. Eso no es el
sentido que le vamos dar acá al término cultura. No hablaremos de la cultura erudita,
aunque no se excluye, cuando hablemos de evangelizar la cultura. Cuando nos
referimos a la evangelización de la realidad cultural estamos usando el término
en su sentido antropológico y sociológico.
Para mejor comprender el
término y definirlo, partimos por algo obvio que constataron los antropólogos
alemanes del siglo XIX: existe una enorme diferencia entre el hombre y el
animal. Los dos tienen un cuerpo pero la diferencia es que el animal es pura naturaleza. Nace un
caballito, y trae al nacer en la mochila, todo lo que necesita para ser
caballo, para vivir. Nace, vive, se reproduce y muere con la sabiduría que el
instinto, el ADN le metió en su corazón para enfrentar su existencia. El
caballo no tiene ninguna necesidad de dar prueba de selección Universitaria, no
tiene que ir al colegio para ser caballo. Lo más curioso es que el ser humano,
el más capaz, el más brillante de todos los seres vivientes, el más digno, nace
completamente vacío, hay que echarle a la mochila lo que necesita para vivir.
Si hay algo humano es el lenguaje, lo que permite nuestra comunicación. Y sin
embargo eso me lo regalaron porque yo no nací hablando… mi lengua primera y
natural es el llanto. Para que pudiéramos vivir humanamente, enfrentar la vida,
darle sentido quienes nos rodeaban tuvieron que darnos el lenguaje, costumbres,
valores. Entre otras cosas, ¡nos transmitieron la fe! La fe es un regalo, que
me la introdujeron en el alma para que
me pudiera orientar en la vida. La cultura es ese regalo que me hace la
sociedad, que me permite a mí ubicarme en la vida y orientarme en ella, me
permite vivir con otros, comunicarme. La cultura está compuesta, entre otros
elementos, por el lenguaje, los valores, las historias, los gustos estéticos,
las costumbres, lo que genera la argamasa social, que nos permite vivir juntos.
Hay una cultura chilena que
es diferente a la argentina. Esa cultura nos permite constituir un nosotros con
muchos rasgos comunes, modos de hablar, de vestirnos, de descansar. Nosotros
todos sabemos quién es Arturo Prat, quien es Bernardo O’Higgins. Si yo le
pregunto a un colombiano, probablemente no tiene idea quién es Arturo Prat.
Creo que nos entendemos. La
cultura es un regalo social que nos permite vivir humanamente… pero una cultura
puede también tener rasgos deshumanizantes. Si desde chicos se nos enseña a ser
violentos se nos da una cultura que nos puede convertir en fieras. No es fácil
intervenir la cultura, cambiarla, evangelizarla, porque normalmente nosotros
por haberla recibido del ambiente que nos rodea creemos que esa cultura recibida
es lo natural, que es parte de la naturaleza. No nos damos cuenta que ella inconscientemente
forja nuestro modo de actuar y de ser. Es lo que el sociólogo Luckmann, dice
cuando afirma que el ser humano crea la cultura y se somete a ella como si
fuese la naturaleza pues se olvida que él es quien la hizo. Nosotros podemos
creer que es propio de la mujer ocuparse de la cocina…pero eso no viene por la
naturaleza, es una construcción cultural que nosotros convertimos esa costumbre
en naturaleza y nos parece obvia. Normalmente no somos conscientes de cuanto
influye en nosotros la cultura porque ella nos parece evidente, está engastada
en nuestro ser, es parte de nuestra realidad profunda. Esto es delicado para
evangelizar la cultura. A veces nos cuesta ver como en ella están ocultos
elementos inhumanos que nos parecen naturales y por lo tanto incambiables.
Los jesuitas llegaron
a Chile en 1593, con una profunda
inquietud social y con deseo de ayudar a los indígenas. Ellos realizaron una
primera congregación o capítulo provincial a comienzos del siglo XVII que
produjo el documento social, tal vez, más interesante de la Colonia. Querían
defender a los mapuches. Como en ese tiempo culturalmente se aceptaba la
esclavitud no se hicieron problema en traer esclavos para salvar a los
mapuches. La cultura de ese tiempo consideraba eso normal. Pocos percibían que
era una aberración desde el punto de vista evangélico. Rezaban y con la mejor
conciencia tenían esclavos. Dicho de otro modo la cultura puede cegarnos, hacer
normal, natural lo que no lo es.
Como las formas religiosas
son parte de la cultura, cuanto decíamos de ella vale para todos nuestros usos
religiosos. Hay un hecho más grave, las formas religiosas no solo nos pueden
parecer naturales sino que nos parecen sagradas, es decir todavía más
intangibles. Muchas veces sacralizamos ritos, formas que corresponden a una
época y los convertimos en algo esencial al fenómeno religioso. Nosotros muy
influenciados por los griegos, tenemos una filosofía de la naturaleza que
tiende a convertir en naturaleza cosas que son culturales. Los judíos para
entender narraban una historia, veían las circunstancias donde el hombre se
desarrollaba, nosotros preferimos las definiciones claras, metafísicas, y por
eso debemos ser cuidadosos para no convertir en naturaleza algo que es
histórico.
Cuando hay un período de
cierta crisis, como el actual, se nos da la oportunidad de mirar la cultura con
ojos nuevos, cuestionar usos y costumbres. Por eso un Sínodo es un momento
privilegiado de verdad y de honestidad, en este momento de la Iglesia.
Todos hablan hoy del cambio
de época. Cuando hay un cambio de época tiembla la cultura que ordena y orienta
a los seres humanos. Los valores pierden su fundamento y se produce un gran
desconcierto. Hermann Hesse, autor alemán, que fue muy consciente de los
grandes problemas del siglo XX, decía en el Lobo
estepario, que todas las épocas tienen cosas lindas y cosas difíciles,
cosas maravillosas, tranquilas, y cosas agitadas. Pero que lo más duro de lo
duro, es cuando se produce un cambio de época, porque todo lo que era seguro,
tiembla, se pierde la orientación y no sabemos adónde vamos a ir.
Esto es dramático para la
educación. Yo vengo de una familia conservadora. En mi casa todo era clarito,
mi papá era seguro. ‘Papá, ¿qué estamos comiendo?’ ‘Come y calla’. Y nos
quedábamos callados. Los hombres con el pelo corto, las mujeres con el pelo
largo, todo era definido. Yo estudié en el mismo silabario que mi papá, el
silabario Matte, pertenecíamos a un mismo mundo, nos sabíamos las mismas
poesías, “Que linda es la rama, la fruta se ve, si lanzo una piedra, tendrá que
caer”; pero llegó el día terrible, que a mis hermanas le cambiaron el
silabario. Y mi papá nunca más supo lo que sabían y lo que no sabían.
Hoy día nos han cambiado
algo más que el silabario. Hay otro tipo de alfabetización. Yo trabajo todo el
tiempo en computación. Si se detiene mi computador quedo desamparado e
impotente. Llamo a cualquier chiquillo de la universidad a donde soy Rector, a
cualquiera, viene, pulsa tres botones, todo empieza a andar y me mira haciéndome
sentir que soy un viejo ignorante.
Nos toca vivir un tiempo
apasionante y desafiante en que todo lo que era certeza y la verdad, en cierta
manera, tiembla. Los procesos educativos, que consisten en buena parte en transmisión
de cultura, por primera vez en la historia, se han invertido. La generación
nueva tiene la conciencia de saber más que los viejos. Es muy impactante. Hoy
día en la universidad, el 70% de los chiquillos que están ahí, tienen más
escolaridad que sus papás. Los papás los miran impotentes y aterrados. Y ellos
están todos alfabetizados en el nuevo lenguaje, al cual nos cuesta acceder.
A mí me ha costado horrores
entrar al wassap. Me lo explican y se me olvida al tiro. En lo estético pasa lo
mismo. Yo toco guitarra, me encanta la música mexicana y el folklore. Me sé los
tangos de Gardel, por su orden, y los canto. En el verano nos juntamos los
hermanos unos días y cantamos las viejas melodías con entusiasmo. Ustedes no se
pueden imaginar la cara de pena de los sobrinos, que nos miran como diciendo
‘¡cómo les puede gustar esto!’.
Lo mismo puede pasarnos en
lo religioso o en las normas morales. Cosas que uno piensa que son de la
esencia, de la esencia, para ellos puede parecerles que son cosas de otros
tiempos. Esto a mí me resulta apasionante; el tiempo que nos toca vivir nos
obliga a discernir para transmitir aquello que vale la pena transmitir, que no
se puede perder dejando lo que es superfluo
para enfrentar el mundo nuevo con los criterios de Dios.
Estamos fundando un nuevo
país. Tenemos posibilidades, y lo desafiante de la carta pastoral a que nos
hemos referido es que los obispos nos invitan a mirar sin pesimismo la cultura
actual para ahondar lo que en ella hay de positivo y enderezar aquello que se
tuerce. Los invito a leer el índice de la carta donde se señalan los elementos
positivos que generan oportunidad. Se indican, todos los cambios tecnológicos,
gracias a los cuales el hombre hoy día puede mejorar la calidad de la vida
humana. Ellos no sólo permiten aumentar y mejorar el pan sino hacer menos duro
el trabajo. Ciertamente también es positiva la valoración de los Derechos
Humanos, el mejor conocimiento de la naturaleza, la promoción de la mujer, la
mayor consciencia de las discriminaciones y marginaciones, etc. Hay muchas
otras cosas que a mí me hacen pensar con alegría y esperanza, Sin embargo, simultáneamente
hay muchos malestares. Y en esto tenemos que ser lúcidos, como Iglesia, porque
es a partir de ahí donde uno se pregunta ‘¿Qué haría Jesús si estuviera en mi
lugar?’ ¿Qué nos podría enseñar Jesucristo hoy día?
Y no creo decir ninguna
novedad, cuando al mirar la cultura moderna decimos que junto con todas las
cosas maravillosas, hay cosas tremendas, que pueden llevarnos a una
deshumanización brutal. Ayer leía las cifras de la OCDE, según la cuales Chile
es el segundo país del mundo, después de Corea, en el crecimiento vertiginoso
del número de suicidios. Entregamos cifras maravillosas económicas, las mejores
de los últimos tiempos, y los chiquillos gritando en las calles y quemando los
buses, parecen enrabiados. Algo hay que como cristianos tenemos que leer.
Los Obispos nos hacen ver
varias cosas que deberían ser corregidas y evangelizadas. Estamos en una
cultura absolutamente centrada en lo económico hasta constituir dicha dimensión
en la categoría principal del progreso y la felicidad. Hemos confundido el
valor con el precio. Yo voy a Falabella y pregunto ‘¿Cuánto vale esta camisa?’.
Olvidando que lo que más vale, no tiene precio. Nadie puede pagar una amistad,
nadie puede pagar una sonrisa. Es muy dramático, sin darnos cuenta, transmitimos
la cultura del dinero. En la universidad donde trabajo, sin quererlo les metemos
en el alma a nuestro estudiantes criterios archieconómicos incitándolos a
estudiar y elegir carreras que les den más dinero…poco les decimos del
servicio, de la entrega, de la gratuidad que es esencial para el vivir humano.
Los chiquillos entran para aprender y salen para ganar dinero. ¿Qué hacemos
como universidades católicas para que entren para aprender y salgan para servir?
Este es el momento para el cristiano de revisar la cultura que forja el alma de los jóvenes. Al
introducir ese modelo económico hicimos un gran aporte al progreso, pero en su
parcialidad puede deshumanizar. Los momentos de crisis no permiten revisar,
cambiar… evangelizar.
Pero no solo es una cultura
economicista, es también enfermizamente egoísta, individualista y competitiva,
donde sólo se conjugan los verbos en primera persona: yo, yo, yo, yo…Se habla
de derechos y poco de deberes. El cristianismo tiene mucho qué decir frente a
esa realidad. La solidaridad, la entrega al otro no se fomentan y mucho menos
el sacrificarse por los demás. El fruto de tanto egoísmo, competencia es el
aislamiento y la terrible soledad. El cristianismo pone en el centro de las
relaciones humanas la hermandad, el vivir para los demás.
Pero hay más. Nuestra
cultura, más que ninguna otra cultura considera una locura la cruz. El
éxito personal y social parece la cumbre
de todas las metas. El triunfo, el brillo, el ocultamiento del dolor, el
silencio ante la muerte están en la médula cultural moderna. A los muchachos
hay que enseñarles a triunfar, a ser los primeros en la prueba de selección
para que tenga éxito, en un colegio de éxito, en una la universidad exitosa. Y
eso tiene un costo: cuando llega el dolor o el fracaso no hay estructuras
sólidas para resistir. Nadie le enseña hoy día a un niño, a llorar, a enfrentar
el fracaso, aunque tarde o temprano todos lloramos, todos lloramos. Y esto es
dramático. A uno le enseñan, en el fondo, tener éxito o a aparentarlo, para
parecer exitosos.
Un día iba manejando en el
auto, y en una luz roja quedé tercero luego de dos autos. Detraías se situó una
vistosa 4X4 ¿Para qué cuatro por cuatro en Santiago? Probablemente para
aparentar éxito y poder. Antes que dieran la luz verde, el señor de atrás me toca
insistentemente la bocina. Ese apuro e insistencia me parecieron excesivos. Me
bajé del auto y le golpeé la ventana, el señor la abrió y le dije: ‘señor, ¿le
puedo decir una cosa? Es demasiado auto para tan poca cultura’… el aparentar
nos deja vacíos, nos convierte en cáscara sin contenido. Es un modo de ocultar
la inseguridad.
Acabo de leer una novela
que me ha dejado completamente golpeado porque yo he visto en Chile casos que
se asemejan en otra proporción a lo que esa novela narra. Se llama El Adversario, de Emmanuel Carrère.
Emmanuel Carrère, siempre toma un caso real y se mete en el alma de los
personajes. Esta novela relata un hecho real referido a un gran, gran médico
francés, que vive en la frontera entre Francia y Suiza; que trabaja en la Organización
Mundial de la Salud en Ginebra y viaja todos los días a su trabajo. El personaje
va a congresos internacionales y es enormemente prestigiado en su pueblo. Como
es muy respetado, sus padres, sus suegros y muchos amigos le entregan su dinero
para que lo manejeen bancos suizos, que son mejores que los franceses. Todo
marchaba muy bien y de repente se quema la casa de este señor. Muere su mujer,
sus dos hijos, y el queda agonizando. Lo sacaron, lo salvaron, pero entre tanto
hicieron un descubrimiento macabro: antes de quemarse la casa, mató a su mujer
y a sus hijos y, cuatro cuadras de distancia, había matado a su papá y a su
mamá. El mismo quiso morir en el fuego, y lo salvaron.
Este hombre está preso hoy.
Como les dije se trata de un caso real cuyos macabros detalles se conocieron en
el juicio. Averigüé, en el internet, esos detalles.
El personaje de la novela
se llama Jean Claude Romand, es una persona de carne y hueso, que nunca jamás
fue médico. Primero de su clase, brillante, entró a medicina, y salió mal en
sus exámenes de segundo año y no se atrevió a contarles la verdad de su pequeño
fracaso a sus papás que tenían puestas tantas esperanzas de éxito en su hijo. Más
tarde le mintió a su mujer, a sus hijos, a sus vecinos. Construyó un mundo de fantasías:
Jamás trabajó en la Organización mundial de la Salud, jamás fue médico, nunca
fue a congresos… hasta que la verdad lo acorraló. Construyó un personaje y
vivió de la apariencia… hasta que la mentira lo mató a él y a todos los suyos. Le
habían enseñado a triunfar o triunfar. Este hecho me conmovió, porque he conocido tres
casos semejantes en nuestra universidad, de papás que han llegado llorando,
después de saber que sushijos han fracasado y no se han atrevido a contarles a
sus padres ese fracaso. Porque hay que triunfar, los papás los tienen apretados
y, los chiquillos están estresados, porque tienen que responder a las
expectativas de éxito.
No nos damos cuenta hasta
qué punto nos puede aprisionar la cultura que nos rodea y configura. Papás
cristianos, que me han convidado tantas veces, ‘hábleles a mis hijos sobre la
verdadera formación’ y son los primeros que los están presionando para que sean
individualistas, centrados en el dinero, en el éxito.
Es en medio de esta cultura
que tiene mucho sentido releer el mensaje cristiano, releer con humildad el
evangelio de Jesús para presentarlo de un modo inteligible y convincente al
hombre de hoy. Ese mensaje puede valorizar a fondo lo bueno que tenemos pero
ser firme ante lo que nos puede deshumanizar.
En primer lugar nos puede alertar a nosotros mismos que somos ciudadanos de
este tiempo.
Y aquí es bueno para
comprender el Mensaje Evangélico hoy, recordar el Concilio que nos propone
cuatro decisiones claves y dos caminos para reencontrarnos con Jesús. Las
cuatro decisiones son redescubrir la centralidad de la Palabra de Dios que
había sido muy marginada; segundo concebir la Iglesia como comunidad con una
vocación común y una responsabilidad compartida más que como una estructura
vertical que marca diferencias; tercero sacar a la Iglesia de sí misma para
ponerla al servicio como un signo o sacramento para toda la humanidad y finalmente,
darle su justo lugar al respeto a la conciencia que es la última norma de la
moralidad. Estas cuatro decisiones se unen a dos caminos: volverse al mundo
para discernir los signos de los tiempos y volver a las fuentes originantes para
que se enriquezcan mutuamente y converjan en una síntesis.
Por la lucha con los
protestantes, en la práctica habíamos desvalorizado la lectura de la palabra de
Dios. La Biblia era poco conocida entre los católicos. Los sacramentos
alimentaban nuestra fe. Un cambio esencial del Concilio fue invitarnos a
familiarizarnos con la Palabra leída en la tradición de la Iglesia y celebrada
en los sacramentos. Parece obvio que la evangelización comience por el
Evangelio y ver los caminos para que el pueblo de Dios conozca, y rece la
Palabra debería ser tarea primera del Sínodo.
Como decíamos una segunda
opción frente a una Iglesia que se presentaba bajo una forma excesivamente
verticala partir de la jerarquía y muy jurídica, el concilio nos invita a que
nos pensemos como pueblo de Dios, como comunidad de fe. Antes del Concilio se
hablaba de los religiosos como el estado de perfección, y el Concilio nos dijo
que todos, laicos, sacerdotes, obispos y religiosos, compartimos un sacerdocio
y una vocación común a la santidad. Los padres conciliares obligaron a rehacer
los documentos preparatorios del concilio para que se hablara primero de lo que
tenemos en común todos los cristianos más que de aquello que nos diferencia.
Todo se piensa en referencia a eso. Obviamente eso debería crear nuevas
relaciones internas mucho más horizontales en la Iglesia.
El tercer elemento o
decisión resitúa a la Iglesia dentro de la humanidad. Ella no es un coto
cerrado, autorreferente, sociedad perfecta y debe ser un instrumento en las
manos de Dios para salvar a toda la humanidad. Se rompen muros y estrecheces.
Se toma conciencia que Dios no sólo actúa en la Iglesia y para la Iglesia sino
en toda la humanidad y es necesario
discernir su presencia escrutando los signos de los tiempos. Es por eso
importante en el sínodo no limitarse a la vida interior de la iglesia sino
escrutar donde hay dolores, donde hay búsqueda y necesidades para ponernos de
lleno a responder a tales necesidades.
Las luchas anticlericales,
el racionalismo del siglo XVIII, el progreso de las ciencias pusieron a la
Iglesia demasiado a la defensiva. El concilio desea revertir tal tendencia.
Somos una comunidad de servidores, y el Concilio nos recordó que existíamos para
que los hombres se unan entre sí y con Dios.
El cuarto gran cambio de la
Iglesia fue, creo yo, el recordar que el último juez de la moralidad es la
consciencia propia. Es decir, todo lo que hay relacionado con la libertad de
consciencia. Jesús fue un maestro que reivindicó la importancia de la
conciencia…no es lo que “entra lo que ensucia al hombre… sino lo que de él sale”.
Esto es particularmente relevante para un diálogo con el mundo moderno. Son
pistas para que ‘trabajemos como comunidad’, para que podamos trasmitir el
mensaje de modo respetuoso, reconociendo las diferencias, no silenciando la verdad
sino ofreciéndola como testimonio de vida.
Y como decíamos hay dos
caminos que nos propone el Concilio. Una doble ‘oculación’, un ojo para volver
a las fuentes, y un ojo para mirar los signos de los tiempos. Tenemos que ser
enraizados y a la vez vueltos al futuro, esa es una pasión del Concilio. Una
iglesia que tiene dos mil años, ha ido necesariamente asumiendo adherencias
propias de cada época. Con el paso de los siglos -como con el colesterol- hay cosas que se van pegando. Eso se
convirtió en cultura adquirida, en dato que no se discute… pero no
necesariamente todo lo que se ha ido adhiriendo pertenece al alma de la
tradición. El concilio no quiere que nos quedemos detenidos, vueltos hacia
atrás. Es un tiempo de discernimiento que supone discernir el pasado, volver a
las fuentes para purificarnos en esas fuentes y discernir la presencia de Dios
en la historia y las necesidades actuales.
¿Qué diría Jesucristo hoy
día? ¿Qué nos dijo…? No dejen que los llamen padre, porque solo hay un padre.
Si vemos que jerarquía a veces nos peleamos para ser monseñores, eminentísimos,
que buscamos dignidades. La lectura simple del Evangelio nos dice que esto
tendríamos que irlo limpiando. Y eso lo añora el pueblo de Dios. El Papa se
cambió los zapatos rojos por negros, y todo el mundo quedó feliz. Es que hay
una añoranza de la sencillez. Nosotros en general, en Chile somos sencillos. Yo
soy Rector de una Universidad y me dicen ‘Padre Montes’. Me llegan las cartas
de Italia donde me llaman “Excelentísimo Signore Retore”. Para las cartas que
llegan de España soy “Magnífico, Sr. Rector”. Las brasileras no se quedan
cortos, y me dicen “Excelentísimo y
Magnífico Sr. Rector”. Cuando llegan cartas de Brasil yo llamo a mi secretaria y
le digo “Verónica, aprende a tratar”… pero no lo he logrado todavía.
Pero en fin, bromas aparte.
Es impactante esto de volvernos a leer el Evangelio con ojos nuevos, desde las
necesidades del hombre actual. No se trata de abandonar aquellas tradiciones
que nos han hecho comprender mejor el Evangelio, sino de ir a lo esencial, al
alma del mensaje.
Un ejemplo. A mí me ayuda
el rosario.Ando siempre con el rosario y lo rezo siempre que puedo. Es decir,
me ayuda mucho sobre todo cuando estoy cansado. Pero el otro día me llega una
Señora y me dice: ‘padre, yo estoy con problemas de fe’ ‘encuentro tan aburrido
el Rosario’. Entonces yo le dije: “‘señora, a mí me ayuda mucho el rosario,
pero la fe es algo más profundo; ¿usted ha oído hablar de San Pedro apóstol?’ ‘Sí’, me
dijo. ‘¿Usted cree que San Pedro, apóstol, en su vida oyó hablar del rosario?’
No tenía idea que existía. Jesús no habló del rosario”. Puede ser muy útil y
conveniente difundir la devoción del rosario, pero sin olvidar que es sólo una
devoción. Se puede ser cristiano sin el rosario. Yo agradezco que me lo hayan
enseñado, pero es importante tener una amplitud de mirada, saber qué es lo
esencial y conocer la jerarquía entre los diferentes elementos de nuestra fe y
nuestras costumbres. Eso nos da capacidad de diálogo. Yo creo que ninguno de
nosotros, le cerraría jamás las puertas de la Iglesia a una persona que quiere
creer en Jesús pero no siente devoción por el rosario. Un momento de crisis, y
un Sínodo, son situaciones ideales para ir al fondo, discernir y jerarquizar.
La vuelta a las fuentes no
es para tirar por la ventana lo que ha sido el enriquecimiento de la
comprensión. Debemos valorar la tradición riquísima de la Iglesia, pero saber
reconocer en ella lo que puede ser propio de un tiempo o más apto para un
tiempo y menos para otro. Quien ha estudiado las formas de devoción y hasta la
misma práctica de los sacramentos conoce la evolución que se ha producido con
el tiempo.En un sacramento tan esencial como es la Eucaristía, durante 10
siglos, prácticamente no tuvimos el “culto” eucarístico que hoy día tenemos.
Alrededor del siglo décimo, ante los cuestionamientos sobre la presencia real
de Jesús en la Eucaristía, la devoción eclesial insistió en ella. Aparecieron
las Custodias para exponer el santísimo a la adoración de los fieles. Ese culto
así fue algo nuevo, no existió por muchos siglos. Curiosamente el mayor
respeto, la veneración opacó el sentido primero comunitario, de cena compartida
en beneficio de la veneración rodeada de incienso y alabanza. Y llegó a
producirse una situación tal, sobre todo después del Jansenismo, que la
Eucaristía fue para adorar una presencia y nadie se sentía preparado
suficientemente para recibir a Dios altísimo hecho alimento que quería venir a mí,
asumir mi pequeñez y mis dolores y entregar su vida por mí.
Yo tuve un abuelo santo que
seguía el jubileo circulante, -que consistía en la exposición rotatoria del
Santísimo en las diferentes Iglesias de la ciudad, para que pudiera ser adorado
por los fieles-. Muchos cristianos iban de parroquia en parroquia a rezar y
adorar, pero comulgaban, porque estaba mandado, sólo una vez al año. Nunca se
sentían preparados para recibir la grandeza de Dios. Se olvidaban que Dios se
humilló por nosotros. Llenos de escrúpulos pasaban del confesionario al altar
para recibir pronto la comunión antes de que el alma volviera a mancharse. El
Jansenismo se nos había metido en las venas y entonces olvidando que Dios había
asumido nuestras debilidades, que se había hecho nuestro hermano cambiamos lo
que es la celebración fraternal de la Eucaristía que es la mesa que nos sirve
Dios, el banquete al que nos invita generando una comunidad, por una adoración
personal, silenciosa y reverente.
Como hemos dicho, este
momento de la Iglesia y este sínodo es el momento del reencuentro a fondo, de
ir a lo esencial. El Evangelio nos reveló que somos hijos de Dios y que el
Señor tiene verdaderamente un corazón de Padre. Es el momento de construirnos
con la libertad y fidelidad de los hijos de Dios, evitando la eventual
estrechez de la ley o la mera costumbre.
Resumiendo para terminar.
Estamos en un momento
privilegiado, de un cambio de época y también de crisis. Como creaturas hemos
recibido una naturaleza, tenemos un cuerpo pero estamos abiertos a la infinitud.
Nuestra naturaleza para vivir todas sus posibilidades, toda su grandeza
necesita ser completada por un regalo que nos hacen los demás seres humanos.
Ellos nos regalan el lenguaje, los valores, la cultura. Una parte importante de
ese regalo que nos humaniza nos viene por la Iglesia….ese regalo nos permite
vivir humanamente, relacionarnos, darle sentido a la vida, entender dónde estamos
y adónde vamos.
Cuando hay un cambio de
época, esa cultura recibida se resquebraja, y entonces se produce un tremendo
desconcierto, la gente se pregunta para qué vivo, porque vivo. Pero es la
oportunidad de releer el Evangelio, el regalo que recibimos y que podemos
transmitir a los que vienen. Y por eso es tan importante el Concilio que nos
dice: vuélvete a la palabra de Dios y mira nuestro tiempo, y míralo como él
miro a la samaritana con qué cariño. Es el momento de reafirmar lo esencial de
la Iglesia y reafirmar que su primera función es salvar a la gente, recoger al
caído y sanar sus heridas. Hay personas que por decir la verdad pueden olvidar
la misericordia. Eso no debe ser así. No debemos mentir, no debemos engañar ni ocultar
la verdad, pero debemos compartir la pasión de Jesús que es el Salvador. Y les
recuerdo algunas de las cosas que nos dicen los Obispos: Jesús nos ayuda a
entender la dignidad de la persona humana, Jesús nos ayuda a darle sentido
profundo a la vida, Jesús nos ayuda a reemplazar el individualismo por el amor
y la solidaridad, Jesús nos ayuda a reencontrar la verdadera libertad, Jesús
nos ayuda a enfrentar el dolor y el fracaso, Jesús nos ayuda a darle dignidad
al trabajo humano, Jesús nos ayuda a vivir el pluralismo y a fundar sólidamente
nuestros valores, etc. porque nos revela un Dios que es Padre de todos y quiere
que todos se salven. Vuelvo a recomendar que se use la carta de nuestros
obispos como un telón de fondo del Sínodo y le pido a Dios que el nuevo
Pontífice, en la situación difícil que vivimos, nos dé ejemplo de espíritu
evangélico para recuperar la esperanza y nos permita soñar.
Y yo quisiera terminar con
algo que rezo todos los días, porque ya soy viejo, y porque en tiempos de
crisis podemos descorazonarnos. Se trata de una oración, de un poema de Unamuno,
que le dice a Dios: “Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar. La
hiciste para los niños, yo he crecido a mi pesar. Y si no agrandas la puerta,
achícame por piedad. Vuélveme a la edad bendita en que vivir es soñar”.
La Iglesia tiene como nunca
una palabra que decir a nuestra sociedad si ella encarna un cristianismo fiel,
libre y renovado. Esto es lo que Jesús pide hoy a sus discípulos.