jueves, 26 de septiembre de 2013

Bienvenida


A todos los que visitan este blog: 
¡Un saludo afectuoso de Bienvenida!

Como una sugerencia de las miembros de la Asamblea Sinodal del VII Sínodo de la Arquidiócesis de Concepción, ponemos a disposición de todos este espacio para compartir, reflexionar y comentar las temáticas que se han abordado en nuestro Sínodo, esperando que todos, en espíritu de discernimiento eclesial, nos sumemos en la tarea Evangelizadora de la Iglesia en Concepción y Arauco.
 VII Sínodo Arquidiocesano


sábado, 14 de septiembre de 2013

CUARTA SESIÓN - Video

        En la sesión de Septiembre, los miembros de la Asamblea Sinodal de nuestro VII Sínodo reflexionaron junto a nuestro Arzobispo. Mons. Fernando Chomalí, con la ayuda de la reflexión del Padre Fernando Montes, que se muestra en el siguiente video:




PARA COMENTAR: ¿En qué nos interpela la reflexión del P. Montes para ser más fieles a Jesús en nuestra Iglesia Arquidiocesana?

CUARTA SESIÓN - Texto: "Lo que Jesús pregunta/pide a sus discípulos hoy"



LO QUE JESÚS
PREGUNTA/PIDE A
SUS DISCÍPULOS HOY


P. Fernando Montes s.j.



         He vivido cinco Iglesias. Viví la iglesia antigua: rito, fidelidad, mis padres, mi familia, todo era claro, todo seguro. Nosotros teníamos, ciertamente, la verdad y los otros eran los enemigos de la Iglesia, y rezábamos felices al final de la Misa y en el mes de María pidiendo que se confundieran esos enemigos.
Después vino la preparación del Concilio y el Concilio con su aire fresco, sus esperanzas y nuevas perspectivas. Terminado el Vaticano II surgieron los problemas del post-concilio. Aquí en Chile, a los jesuitas se nos salieron todos los novicios, se salió de la Compañía el Maestro de novicios y numerosos sacerdotes y estudiantes abandonaron nuestra orden… fue tremendo. Cuando yo me ordené el 68, un padre mayor  me dijo: ‘al final de tu vida apaga la luz’. Vivíamos una profunda crisis. Muchos jóvenes atraídos por el marxismo y la revolución se alejaban de la Iglesia y su doctrina. Entonces vino el golpe y tuvimos la experiencia de una iglesia que se jugaba por los derechos humanos y que cumplía un rol importante en la sociedad chilena. Surgieron vocaciones…Los obispos hacían oír su voz, y se convirtieron en voz de los sin voz; defendían a las personas y sobresalía la figura del Cardenal Silva. A mí me tocó empezar a formar a jesuitas en ese tiempo, conocí a muchos jóvenes con una gran esperanza en la Iglesia.
Finalmente, en los últimos años, todos hemos experimentado una Iglesia con problemas serios. Han sido particularmente graves los abusos denunciados en muchas partes del mundo y en especial entre nosotros. Hemos vivido un período duro de desaliento y de desconfianza hacia la iglesia. Pero el momento de crisis es una oportunidad: yo hoy siento un aire nuevo, lo vi el día que estuve en Roma en el cambio de Papa en la plaza de San Pedro. Hasta en la prensa no siempre muy benévola como ‘el País’ de España por primera vez en años se habla bien de la Iglesia.
Quiero con mucha humildad reflexionar y compartir a partir de esas experiencias eclesiales. Yo creo que un Sínodo es una relectura de la historia y de las fuentes, es una escucha nueva al Señor y responde a una responsabilidad compartida de Evangelización.  La evangelización tiene varias dimensiones: volver a la Iglesia a sus orígenes, anunciar la buena noticia a los que están lejos, empapar la cultura de sabia evangélica y lo más difícil: ensanchar nuestro propio corazón para darle cabida a la Palabra de Dios. Evangelizarse a uno mismo es la más difícil de las evangelizaciones pero todo tiene que comenzar por ahí.
Yo viví una experiencia preciosa pero dura en Lovaina, el año 68 mientras estudiaba sociología. Hasta allá llegaban todas las inquietudes que iban surgiendo en Chile. La revolución cubana ejercía un gran atractivo, muchos jóvenes ponían su fe entre paréntesis, dejaban la doctrina social de la Iglesia para inspirarse en Marx. Eso me llevó a estudiar a fondo a Marx y a las diferentes escuelas de marxismo; a estudiar la escuela de Frankfurt, a leer a Nietzsche para tratar de entender lo que estaba pasando. Por otra parte en la teología se hablaba de la secularización de Harvey Cox y del libro del Obispo inglés Robinson sobre de la "muerte de Dios". En un momento, me di cuenta que me costaba hablar con sencillez de mi fe en Jesucristo. Me daba vergüenza hablar con mis profesores y compañeros archicríticos. Me dije ‘tú vas a perder la fe y vas a perder tu sacerdocio si no tienes cuidado’. Hice entonces una lectura del Evangelio con toda mi alma. Me limpié los ojos para leerlo, en lo posible, con una mirada nueva. Fue para mí un volver a mis raíces. En Lovaina, en lo más complejo de mis estudios, yo volví a mis raíces. Recordé a una mujer campesina, limpia y pura, que trabajaba en mi casa cuidando a los niños. Era mi mama María. Y yo me di cuenta, mirando mi vida, que lo más sólido, lo mejor que yo tengo lo aprendí con el testimonio de esa mujer. Ella me enseñó lo más importante, mucho más que el colegio o la universidad, porque ella me enseñó a amar, a respetar a los pobres, a amar a Dios; me enseñó a rezar. Iluminado por la antropología alemana, descubrí ahí las fuentes de mi cultura, el fundamento de mi humanización, aquello que me permitía caminar con sentido por la vida; que me daba luces para encarar el fracaso y la muerte y curiosamente para enfrentar los  profundos cambios que experimentaba en  mí y en mi entorno. Y ahí comenzó una cierta evangelización de mí mismo. Al volver a Chile, después de muchos años, humildemente fui a Chépica, busqué la tumba de mi mama, para reencontrarme con mis propias raíces y agradecer su testimonio.
Creo que un Sínodo es la ocasión para la propia conversión, para volver a las propias y más profundas raíces… porque por ahí comienza el camino de la evangelización. Pero como decíamos, evangelizar no es solo recibir la palabra sino también anunciarla a otros… comenzando por la evangelización de la misma Iglesia. Uno tiende a entender la evangelización sólo como el anuncio hacia afuera, pero como es lógico, la Iglesia también necesita evangelización. Los golpes que ella ha recibido, sus debilidades son una oportunidad extraordinaria para volver a leer el Evangelio para que la misma Iglesia lo encarne y  lo irradie desde su propia vida.
Yo recuerdo que al cumplirse 6 años del último Sínodo de Santiago  nos reunimos los antiguos sinodales para revisar lo que había pasado en esos seis años. El Arzobispo de ese momento me pidió que resumiera lo que habíamos hecho y aprendido. Recordé entonces que al terminar nuestra reunión seis años antes, la primera conclusión, la gran petición formulada por todos, era que la Iglesia fuese más misericordiosa. Los sinodales se referían sobre todo a las parejas que habían fracasado en su primer matrimonio. Al comenzar mi exposición sobre lo ocurrido en los últimos años dije que tal vez lo más significativo era el cambio de la situación de la Iglesia misma. En ese lapso de tiempo había ocurrido un hecho muy penoso para todos nosotros. Se trata de la situación del padre de Tato que echó una sombra de dudas sobre todos los sacerdotes y sobre la Iglesia misma. En esa situación el cambio era tan profundo que ya no era la Iglesia la que tenía que hacerse misericordiosa sino al revés humildemente pedir que se tuviese misericordia con ella. Si eso fue así hace ya algunos años, hoy día esto es mucho más claro. Curiosamente eso nos coloca en una mejor situación para escuchar y comprender el Evangelio como noticia salvadora. Eso no pone del lado de los débiles, de los humildes que se abren a la buena noticia. Por lo anterior, creo que este momento de la Iglesia es privilegiado para una Evangelización.
Decíamos más arriba que la evangelización supone el cambio propio, la conversión de la Iglesia, el anuncio a los que están lejos, pero hay una cuarta dimensión que en cierto modo lo abarca todo: Se trata de la evangelización de la cultura de la cual empezó a hablar ya Pablo VI y a la que se refirió la Conferencia de Santo Domingo. En esta evangelización de la cultura quiero detenerme siendo fiel a la Carta Pastoral del Comité permanente del episcopado chileno porque me parece que tocando este tema, escuchando a Jesús desde esta perspectivase puede tocar mi propio corazón, el de mi Iglesia y el de mi sociedad[1].
La carta pastoral aludida tiene tres grandes partes: primero, pide perdón, invita a la humildad y a la propia evangelización. Segundo, hace un análisis de la cultura actual para ver en ella lo bueno y lo malo que ella tiene y para tomar consciencia de los malestares existentes. Y tercero, es lo que un Sínodo tendría que hacer, se vuelve a Jesucristo, para  pedirle a él, en este momento de Chile, que nos diga qué haría si estuviese hoy en nuestro lugar.
Al analizar nuestra cultura constatamos sus grandezas y debilidades y en ese contexto podemos percibir el sentido actual del cristianismo y su enorme significación. Yo hoy día estoy infinitamente más convencido del cristianismo de lo que estaba antes. Leyendo la literatura contemporánea: a Coetzee, a Huellebecq, a Fransen, a Philip Roth, a Mo Yanetc. Uno se da cuenta, cuan notablemente pertinente y actual es Jesús si lo sabemos nombrar.
Para entender lo que queremos decir es bueno precisar los conceptos. Desearía definir lo que entiendo por cultura y su relación con lo que entendemos por naturaleza. A partir de ahí veremos en qué tenemos que insistir hoy para evangelizar la cultura y qué significa esto para un sínodo.
Cuando uno habla de cultura, se puede entender el concepto de dos maneras. Una es la cultura erudita, la cultura de los sabios. Acaba de sacar un libro Mario Vargas Llosa, sobre la perversión que significa la cultura de espectáculo, que destruye la cultura erudita. Cuando el Papa vino a Chile, el año 87, se reunió en la Universidad Católica con el mundo llamado de la cultura. Es decir, los escritores, los profesores universitarios, poetas, cineastas, etc. Eso no es el sentido que le vamos dar acá al término cultura. No hablaremos de la cultura erudita, aunque no se excluye, cuando hablemos de evangelizar la cultura. Cuando nos referimos a la evangelización de la realidad cultural estamos usando el término en su sentido antropológico y sociológico.
Para mejor comprender el término y definirlo, partimos por algo obvio que constataron los antropólogos alemanes del siglo XIX: existe una enorme diferencia entre el hombre y el animal. Los dos tienen un cuerpo pero la diferencia es que  el animal es pura naturaleza. Nace un caballito, y trae al nacer en la mochila, todo lo que necesita para ser caballo, para vivir. Nace, vive, se reproduce y muere con la sabiduría que el instinto, el ADN le metió en su corazón para enfrentar su existencia. El caballo no tiene ninguna necesidad de dar prueba de selección Universitaria, no tiene que ir al colegio para ser caballo. Lo más curioso es que el ser humano, el más capaz, el más brillante de todos los seres vivientes, el más digno, nace completamente vacío, hay que echarle a la mochila lo que necesita para vivir. Si hay algo humano es el lenguaje, lo que permite nuestra comunicación. Y sin embargo eso me lo regalaron porque yo no nací hablando… mi lengua primera y natural es el llanto. Para que pudiéramos vivir humanamente, enfrentar la vida, darle sentido quienes nos rodeaban tuvieron que darnos el lenguaje, costumbres, valores. Entre otras cosas, ¡nos transmitieron la fe! La fe es un regalo, que me la introdujeron  en el alma para que me pudiera orientar en la vida. La cultura es ese regalo que me hace la sociedad, que me permite a mí ubicarme en la vida y orientarme en ella, me permite vivir con otros, comunicarme. La cultura está compuesta, entre otros elementos, por el lenguaje, los valores, las historias, los gustos estéticos, las costumbres, lo que genera la argamasa social, que nos permite vivir juntos.
Hay una cultura chilena que es diferente a la argentina. Esa cultura nos permite constituir un nosotros con muchos rasgos comunes, modos de hablar, de vestirnos, de descansar. Nosotros todos sabemos quién es Arturo Prat, quien es Bernardo O’Higgins. Si yo le pregunto a un colombiano, probablemente no tiene idea quién es Arturo Prat.
Creo que nos entendemos. La cultura es un regalo social que nos permite vivir humanamente… pero una cultura puede también tener rasgos deshumanizantes. Si desde chicos se nos enseña a ser violentos se nos da una cultura que nos puede convertir en fieras. No es fácil intervenir la cultura, cambiarla, evangelizarla, porque normalmente nosotros por haberla recibido del ambiente que nos rodea creemos que esa cultura recibida es lo natural, que es parte de la naturaleza. No nos damos cuenta que ella inconscientemente forja nuestro modo de actuar y de ser. Es lo que el sociólogo Luckmann, dice cuando afirma que el ser humano crea la cultura y se somete a ella como si fuese la naturaleza pues se olvida que él es quien la hizo. Nosotros podemos creer que es propio de la mujer ocuparse de la cocina…pero eso no viene por la naturaleza, es una construcción cultural que nosotros convertimos esa costumbre en naturaleza y nos parece obvia. Normalmente no somos conscientes de cuanto influye en nosotros la cultura porque ella nos parece evidente, está engastada en nuestro ser, es parte de nuestra realidad profunda. Esto es delicado para evangelizar la cultura. A veces nos cuesta ver como en ella están ocultos elementos inhumanos que nos parecen naturales y por lo tanto incambiables.
Los jesuitas llegaron a  Chile en 1593, con una profunda inquietud social y con deseo de ayudar a los indígenas. Ellos realizaron una primera congregación o capítulo provincial a comienzos del siglo XVII que produjo el documento social, tal vez, más interesante de la Colonia. Querían defender a los mapuches. Como en ese tiempo culturalmente se aceptaba la esclavitud no se hicieron problema en traer esclavos para salvar a los mapuches. La cultura de ese tiempo consideraba eso normal. Pocos percibían que era una aberración desde el punto de vista evangélico. Rezaban y con la mejor conciencia tenían esclavos. Dicho de otro modo la cultura puede cegarnos, hacer normal, natural lo que no lo es.
Como las formas religiosas son parte de la cultura, cuanto decíamos de ella vale para todos nuestros usos religiosos. Hay un hecho más grave, las formas religiosas no solo nos pueden parecer naturales sino que nos parecen sagradas, es decir todavía más intangibles. Muchas veces sacralizamos ritos, formas que corresponden a una época y los convertimos en algo esencial al fenómeno religioso. Nosotros muy influenciados por los griegos, tenemos una filosofía de la naturaleza que tiende a convertir en naturaleza cosas que son culturales. Los judíos para entender narraban una historia, veían las circunstancias donde el hombre se desarrollaba, nosotros preferimos las definiciones claras, metafísicas, y por eso debemos ser cuidadosos para no convertir en naturaleza algo que es histórico.
Cuando hay un período de cierta crisis, como el actual, se nos da la oportunidad de mirar la cultura con ojos nuevos, cuestionar usos y costumbres. Por eso un Sínodo es un momento privilegiado de verdad y de honestidad, en este momento de la Iglesia.
Todos hablan hoy del cambio de época. Cuando hay un cambio de época tiembla la cultura que ordena y orienta a los seres humanos. Los valores pierden su fundamento y se produce un gran desconcierto. Hermann Hesse, autor alemán, que fue muy consciente de los grandes problemas del siglo XX, decía en el Lobo estepario, que todas las épocas tienen cosas lindas y cosas difíciles, cosas maravillosas, tranquilas, y cosas agitadas. Pero que lo más duro de lo duro, es cuando se produce un cambio de época, porque todo lo que era seguro, tiembla, se pierde la orientación y no sabemos adónde vamos a ir.
Esto es dramático para la educación. Yo vengo de una familia conservadora. En mi casa todo era clarito, mi papá era seguro. ‘Papá, ¿qué estamos comiendo?’ ‘Come y calla’. Y nos quedábamos callados. Los hombres con el pelo corto, las mujeres con el pelo largo, todo era definido. Yo estudié en el mismo silabario que mi papá, el silabario Matte, pertenecíamos a un mismo mundo, nos sabíamos las mismas poesías, “Que linda es la rama, la fruta se ve, si lanzo una piedra, tendrá que caer”; pero llegó el día terrible, que a mis hermanas le cambiaron el silabario. Y mi papá nunca más supo lo que sabían y lo que no sabían.
Hoy día nos han cambiado algo más que el silabario. Hay otro tipo de alfabetización. Yo trabajo todo el tiempo en computación. Si se detiene mi computador quedo desamparado e impotente. Llamo a cualquier chiquillo de la universidad a donde soy Rector, a cualquiera, viene, pulsa tres botones, todo empieza a andar y me mira haciéndome sentir que soy un viejo ignorante.
Nos toca vivir un tiempo apasionante y desafiante en que todo lo que era certeza y la verdad, en cierta manera, tiembla. Los procesos educativos, que consisten en buena parte en transmisión de cultura, por primera vez en la historia, se han invertido. La generación nueva tiene la conciencia de saber más que los viejos. Es muy impactante. Hoy día en la universidad, el 70% de los chiquillos que están ahí, tienen más escolaridad que sus papás. Los papás los miran impotentes y aterrados. Y ellos están todos alfabetizados en el nuevo lenguaje, al cual nos cuesta acceder.
A mí me ha costado horrores entrar al wassap. Me lo explican y se me olvida al tiro. En lo estético pasa lo mismo. Yo toco guitarra, me encanta la música mexicana y el folklore. Me sé los tangos de Gardel, por su orden, y los canto. En el verano nos juntamos los hermanos unos días y cantamos las viejas melodías con entusiasmo. Ustedes no se pueden imaginar la cara de pena de los sobrinos, que nos miran como diciendo ‘¡cómo les puede gustar esto!’.
Lo mismo puede pasarnos en lo religioso o en las normas morales. Cosas que uno piensa que son de la esencia, de la esencia, para ellos puede parecerles que son cosas de otros tiempos. Esto a mí me resulta apasionante; el tiempo que nos toca vivir nos obliga a discernir para transmitir aquello que vale la pena transmitir, que no se puede perder dejando  lo que es superfluo para enfrentar el mundo nuevo con los criterios de Dios.
Estamos fundando un nuevo país. Tenemos posibilidades, y lo desafiante de la carta pastoral a que nos hemos referido es que los obispos nos invitan a mirar sin pesimismo la cultura actual para ahondar lo que en ella hay de positivo y enderezar aquello que se tuerce. Los invito a leer el índice de la carta donde se señalan los elementos positivos que generan oportunidad. Se indican, todos los cambios tecnológicos, gracias a los cuales el hombre hoy día puede mejorar la calidad de la vida humana. Ellos no sólo permiten aumentar y mejorar el pan sino hacer menos duro el trabajo. Ciertamente también es positiva la valoración de los Derechos Humanos, el mejor conocimiento de la naturaleza, la promoción de la mujer, la mayor consciencia de las discriminaciones y marginaciones, etc. Hay muchas otras cosas que a mí me hacen pensar con alegría y esperanza, Sin embargo, simultáneamente hay muchos malestares. Y en esto tenemos que ser lúcidos, como Iglesia, porque es a partir de ahí donde uno se pregunta ‘¿Qué haría Jesús si estuviera en mi lugar?’ ¿Qué nos podría enseñar Jesucristo hoy día?
Y no creo decir ninguna novedad, cuando al mirar la cultura moderna decimos que junto con todas las cosas maravillosas, hay cosas tremendas, que pueden llevarnos a una deshumanización brutal. Ayer leía las cifras de la OCDE, según la cuales Chile es el segundo país del mundo, después de Corea, en el crecimiento vertiginoso del número de suicidios. Entregamos cifras maravillosas económicas, las mejores de los últimos tiempos, y los chiquillos gritando en las calles y quemando los buses, parecen enrabiados. Algo hay que como cristianos tenemos que leer.
Los Obispos nos hacen ver varias cosas que deberían ser corregidas y evangelizadas. Estamos en una cultura absolutamente centrada en lo económico hasta constituir dicha dimensión en la categoría principal del progreso y la felicidad. Hemos confundido el valor con el precio. Yo voy a Falabella y pregunto ‘¿Cuánto vale esta camisa?’. Olvidando que lo que más vale, no tiene precio. Nadie puede pagar una amistad, nadie puede pagar una sonrisa. Es muy dramático, sin darnos cuenta, transmitimos la cultura del dinero. En la universidad donde trabajo, sin quererlo les metemos en el alma a nuestro estudiantes criterios archieconómicos incitándolos a estudiar y elegir carreras que les den más dinero…poco les decimos del servicio, de la entrega, de la gratuidad que es esencial para el vivir humano. Los chiquillos entran para aprender y salen para ganar dinero. ¿Qué hacemos como universidades católicas para que entren para aprender y salgan para servir? Este es el momento para el cristiano de revisar la cultura  que forja el alma de los jóvenes. Al introducir ese modelo económico hicimos un gran aporte al progreso, pero en su parcialidad puede deshumanizar. Los momentos de crisis no permiten revisar, cambiar… evangelizar.
Pero no solo es una cultura economicista, es también enfermizamente egoísta, individualista y competitiva, donde sólo se conjugan los verbos en primera persona: yo, yo, yo, yo…Se habla de derechos y poco de deberes. El cristianismo tiene mucho qué decir frente a esa realidad. La solidaridad, la entrega al otro no se fomentan y mucho menos el sacrificarse por los demás. El fruto de tanto egoísmo, competencia es el aislamiento y la terrible soledad. El cristianismo pone en el centro de las relaciones humanas la hermandad, el vivir para los demás.
Pero hay más. Nuestra cultura, más que ninguna otra cultura considera una locura la cruz. El éxito  personal y social parece la cumbre de todas las metas. El triunfo, el brillo, el ocultamiento del dolor, el silencio ante la muerte están en la médula cultural moderna. A los muchachos hay que enseñarles a triunfar, a ser los primeros en la prueba de selección para que tenga éxito, en un colegio de éxito, en una la universidad exitosa. Y eso tiene un costo: cuando llega el dolor o el fracaso no hay estructuras sólidas para resistir. Nadie le enseña hoy día a un niño, a llorar, a enfrentar el fracaso, aunque tarde o temprano todos lloramos, todos lloramos. Y esto es dramático. A uno le enseñan, en el fondo, tener éxito o a aparentarlo, para parecer exitosos.
Un día iba manejando en el auto, y en una luz roja quedé tercero luego de dos autos. Detraías se situó una vistosa 4X4 ¿Para qué cuatro por cuatro en Santiago? Probablemente para aparentar éxito y poder. Antes que dieran la luz verde, el señor de atrás me toca insistentemente la bocina. Ese apuro e insistencia me parecieron excesivos. Me bajé del auto y le golpeé la ventana, el señor la abrió y le dije: ‘señor, ¿le puedo decir una cosa? Es demasiado auto para tan poca cultura’… el aparentar nos deja vacíos, nos convierte en cáscara sin contenido. Es un modo de ocultar la inseguridad.
Acabo de leer una novela que me ha dejado completamente golpeado porque yo he visto en Chile casos que se asemejan en otra proporción a lo que esa novela narra. Se llama El Adversario, de Emmanuel Carrère. Emmanuel Carrère, siempre toma un caso real y se mete en el alma de los personajes. Esta novela relata un hecho real referido a un gran, gran médico francés, que vive en la frontera entre Francia y Suiza; que trabaja en la Organización Mundial de la Salud en Ginebra y viaja todos los días a su trabajo. El personaje va a congresos internacionales y es enormemente prestigiado en su pueblo. Como es muy respetado, sus padres, sus suegros y muchos amigos le entregan su dinero para que lo manejeen bancos suizos, que son mejores que los franceses. Todo marchaba muy bien y de repente se quema la casa de este señor. Muere su mujer, sus dos hijos, y el queda agonizando. Lo sacaron, lo salvaron, pero entre tanto hicieron un descubrimiento macabro: antes de quemarse la casa, mató a su mujer y a sus hijos y, cuatro cuadras de distancia, había matado a su papá y a su mamá. El mismo quiso morir en el fuego, y lo salvaron.
Este hombre está preso hoy. Como les dije se trata de un caso real cuyos macabros detalles se conocieron en el juicio. Averigüé, en el internet, esos detalles.
El personaje de la novela se llama Jean Claude Romand, es una persona de carne y hueso, que nunca jamás fue médico. Primero de su clase, brillante, entró a medicina, y salió mal en sus exámenes de segundo año y no se atrevió a contarles la verdad de su pequeño fracaso a sus papás que tenían puestas tantas esperanzas de éxito en su hijo. Más tarde le mintió a su mujer, a sus hijos, a sus vecinos. Construyó un mundo de fantasías: Jamás trabajó en la Organización mundial de la Salud, jamás fue médico, nunca fue a congresos… hasta que la verdad lo acorraló. Construyó un personaje y vivió de la apariencia… hasta que la mentira lo mató a él y a todos los suyos. Le habían enseñado a  triunfar o triunfar.  Este hecho me conmovió, porque he conocido tres casos semejantes en nuestra universidad, de papás que han llegado llorando, después de saber que sushijos han fracasado y no se han atrevido a contarles a sus padres ese fracaso. Porque hay que triunfar, los papás los tienen apretados y, los chiquillos están estresados, porque tienen que responder a las expectativas de éxito.
No nos damos cuenta hasta qué punto nos puede aprisionar la cultura que nos rodea y configura. Papás cristianos, que me han convidado tantas veces, ‘hábleles a mis hijos sobre la verdadera formación’ y son los primeros que los están presionando para que sean individualistas, centrados en el dinero, en el éxito.
Es en medio de esta cultura que tiene mucho sentido releer el mensaje cristiano, releer con humildad el evangelio de Jesús para presentarlo de un modo inteligible y convincente al hombre de hoy. Ese mensaje puede valorizar a fondo lo bueno que tenemos pero ser  firme ante lo que nos puede deshumanizar. En primer lugar nos puede alertar a nosotros mismos que somos ciudadanos de este tiempo.
Y aquí es bueno para comprender el Mensaje Evangélico hoy, recordar el Concilio que nos propone cuatro decisiones claves y dos caminos para reencontrarnos con Jesús. Las cuatro decisiones son redescubrir la centralidad de la Palabra de Dios que había sido muy marginada; segundo concebir la Iglesia como comunidad con una vocación común y una responsabilidad compartida más que como una estructura vertical que marca diferencias; tercero sacar a la Iglesia de sí misma para ponerla al servicio como un signo o sacramento para toda la humanidad y finalmente, darle su justo lugar al respeto a la conciencia que es la última norma de la moralidad. Estas cuatro decisiones se unen a dos caminos: volverse al mundo para discernir los signos de los tiempos y volver a las fuentes originantes para que se enriquezcan mutuamente y converjan en una síntesis.
Por la lucha con los protestantes, en la práctica habíamos desvalorizado la lectura de la palabra de Dios. La Biblia era poco conocida entre los católicos. Los sacramentos alimentaban nuestra fe. Un cambio esencial del Concilio fue invitarnos a familiarizarnos con la Palabra leída en la tradición de la Iglesia y celebrada en los sacramentos. Parece obvio que la evangelización comience por el Evangelio y ver los caminos para que el pueblo de Dios conozca, y rece la Palabra debería ser tarea primera del Sínodo.
Como decíamos una segunda opción frente a una Iglesia que se presentaba bajo una forma excesivamente verticala partir de la jerarquía y muy jurídica, el concilio nos invita a que nos pensemos como pueblo de Dios, como comunidad de fe. Antes del Concilio se hablaba de los religiosos como el estado de perfección, y el Concilio nos dijo que todos, laicos, sacerdotes, obispos y religiosos, compartimos un sacerdocio y una vocación común a la santidad. Los padres conciliares obligaron a rehacer los documentos preparatorios del concilio para que se hablara primero de lo que tenemos en común todos los cristianos más que de aquello que nos diferencia. Todo se piensa en referencia a eso. Obviamente eso debería crear nuevas relaciones internas mucho más horizontales en la Iglesia.
El tercer elemento o decisión resitúa a la Iglesia dentro de la humanidad. Ella no es un coto cerrado, autorreferente, sociedad perfecta y debe ser un instrumento en las manos de Dios para salvar a toda la humanidad. Se rompen muros y estrecheces. Se toma conciencia que Dios no sólo actúa en la Iglesia y para la Iglesia sino en toda la humanidad  y es necesario discernir su presencia escrutando los signos de los tiempos. Es por eso importante en el sínodo no limitarse a la vida interior de la iglesia sino escrutar donde hay dolores, donde hay búsqueda y necesidades para ponernos de lleno a responder a tales necesidades.
Las luchas anticlericales, el racionalismo del siglo XVIII, el progreso de las ciencias pusieron a la Iglesia demasiado a la defensiva. El concilio desea revertir tal tendencia. Somos una comunidad de servidores, y el Concilio nos recordó que existíamos para que los hombres se unan entre sí y con Dios.
El cuarto gran cambio de la Iglesia fue, creo yo, el recordar que el último juez de la moralidad es la consciencia propia. Es decir, todo lo que hay relacionado con la libertad de consciencia. Jesús fue un maestro que reivindicó la importancia de la conciencia…no es lo que “entra lo que ensucia al hombre… sino lo que de él sale”. Esto es particularmente relevante para un diálogo con el mundo moderno. Son pistas para que ‘trabajemos como comunidad’, para que podamos trasmitir el mensaje de modo respetuoso, reconociendo las diferencias, no silenciando la verdad sino ofreciéndola como testimonio de vida.
Y como decíamos hay dos caminos que nos propone el Concilio. Una doble ‘oculación’, un ojo para volver a las fuentes, y un ojo para mirar los signos de los tiempos. Tenemos que ser enraizados y a la vez vueltos al futuro, esa es una pasión del Concilio. Una iglesia que tiene dos mil años, ha ido necesariamente asumiendo adherencias propias de cada época. Con el paso de los siglos -como con el colesterol-  hay cosas que se van pegando. Eso se convirtió en cultura adquirida, en dato que no se discute… pero no necesariamente todo lo que se ha ido adhiriendo pertenece al alma de la tradición. El concilio no quiere que nos quedemos detenidos, vueltos hacia atrás. Es un tiempo de discernimiento que supone discernir el pasado, volver a las fuentes para purificarnos en esas fuentes y discernir la presencia de Dios en la historia y las necesidades actuales.
¿Qué diría Jesucristo hoy día? ¿Qué nos dijo…? No dejen que los llamen padre, porque solo hay un padre. Si vemos que jerarquía a veces nos peleamos para ser monseñores, eminentísimos, que buscamos dignidades. La lectura simple del Evangelio nos dice que esto tendríamos que irlo limpiando. Y eso lo añora el pueblo de Dios. El Papa se cambió los zapatos rojos por negros, y todo el mundo quedó feliz. Es que hay una añoranza de la sencillez. Nosotros en general, en Chile somos sencillos. Yo soy Rector de una Universidad y me dicen ‘Padre Montes’. Me llegan las cartas de Italia donde me llaman “Excelentísimo Signore Retore”. Para las cartas que llegan de España soy “Magnífico, Sr. Rector”. Las brasileras no se quedan cortos, y  me dicen “Excelentísimo y Magnífico Sr. Rector”. Cuando llegan cartas de Brasil yo llamo a mi secretaria y le digo “Verónica, aprende a tratar”… pero no lo he logrado todavía.
Pero en fin, bromas aparte. Es impactante esto de volvernos a leer el Evangelio con ojos nuevos, desde las necesidades del hombre actual. No se trata de abandonar aquellas tradiciones que nos han hecho comprender mejor el Evangelio, sino de ir a lo esencial, al alma del mensaje.
Un ejemplo. A mí me ayuda el rosario.Ando siempre con el rosario y lo rezo siempre que puedo. Es decir, me ayuda mucho sobre todo cuando estoy cansado. Pero el otro día me llega una Señora y me dice: ‘padre, yo estoy con problemas de fe’ ‘encuentro tan aburrido el Rosario’. Entonces yo le dije: “‘señora, a mí me ayuda mucho el rosario, pero la fe es algo más profundo; ¿usted  ha oído hablar de San Pedro apóstol?’ ‘Sí’, me dijo. ‘¿Usted cree que San Pedro, apóstol, en su vida oyó hablar del rosario?’ No tenía idea que existía. Jesús no habló del rosario”. Puede ser muy útil y conveniente difundir la devoción del rosario, pero sin olvidar que es sólo una devoción. Se puede ser cristiano sin el rosario. Yo agradezco que me lo hayan enseñado, pero es importante tener una amplitud de mirada, saber qué es lo esencial y conocer la jerarquía entre los diferentes elementos de nuestra fe y nuestras costumbres. Eso nos da capacidad de diálogo. Yo creo que ninguno de nosotros, le cerraría jamás las puertas de la Iglesia a una persona que quiere creer en Jesús pero no siente devoción por el rosario. Un momento de crisis, y un Sínodo, son situaciones ideales para ir al fondo, discernir y jerarquizar.
La vuelta a las fuentes no es para tirar por la ventana lo que ha sido el enriquecimiento de la comprensión. Debemos valorar la tradición riquísima de la Iglesia, pero saber reconocer en ella lo que puede ser propio de un tiempo o más apto para un tiempo y menos para otro. Quien ha estudiado las formas de devoción y hasta la misma práctica de los sacramentos conoce la evolución que se ha producido con el tiempo.En un sacramento tan esencial como es la Eucaristía, durante 10 siglos, prácticamente no tuvimos el “culto” eucarístico que hoy día tenemos. Alrededor del siglo décimo, ante los cuestionamientos sobre la presencia real de Jesús en la Eucaristía, la devoción eclesial insistió en ella. Aparecieron las Custodias para exponer el santísimo a la adoración de los fieles. Ese culto así fue algo nuevo, no existió por muchos siglos. Curiosamente el mayor respeto, la veneración opacó el sentido primero comunitario, de cena compartida en beneficio de la veneración rodeada de incienso y alabanza. Y llegó a producirse una situación tal, sobre todo después del Jansenismo, que la Eucaristía fue para adorar una presencia y nadie se sentía preparado suficientemente para recibir a Dios altísimo hecho alimento que quería venir a mí, asumir mi pequeñez y mis dolores y entregar su vida por mí.
Yo tuve un abuelo santo que seguía el jubileo circulante, -que consistía en la exposición rotatoria del Santísimo en las diferentes Iglesias de la ciudad, para que pudiera ser adorado por los fieles-. Muchos cristianos iban de parroquia en parroquia a rezar y adorar, pero comulgaban, porque estaba mandado, sólo una vez al año. Nunca se sentían preparados para recibir la grandeza de Dios. Se olvidaban que Dios se humilló por nosotros. Llenos de escrúpulos pasaban del confesionario al altar para recibir pronto la comunión antes de que el alma volviera a mancharse. El Jansenismo se nos había metido en las venas y entonces olvidando que Dios había asumido nuestras debilidades, que se había hecho nuestro hermano cambiamos lo que es la celebración fraternal de la Eucaristía que es la mesa que nos sirve Dios, el banquete al que nos invita generando una comunidad, por una adoración personal, silenciosa y reverente.
Como hemos dicho, este momento de la Iglesia y este sínodo es el momento del reencuentro a fondo, de ir a lo esencial. El Evangelio nos reveló que somos hijos de Dios y que el Señor tiene verdaderamente un corazón de Padre. Es el momento de construirnos con la libertad y fidelidad de los hijos de Dios, evitando la eventual estrechez de la ley o la mera costumbre.
Resumiendo para terminar.
Estamos en un momento privilegiado, de un cambio de época y también de crisis. Como creaturas hemos recibido una naturaleza, tenemos un cuerpo pero estamos abiertos a la infinitud. Nuestra naturaleza para vivir todas sus posibilidades, toda su grandeza necesita ser completada por un regalo que nos hacen los demás seres humanos. Ellos nos regalan el lenguaje, los valores, la cultura. Una parte importante de ese regalo que nos humaniza nos viene por la Iglesia….ese regalo nos permite vivir humanamente, relacionarnos, darle sentido a la vida, entender dónde estamos y adónde vamos.
Cuando hay un cambio de época, esa cultura recibida se resquebraja, y entonces se produce un tremendo desconcierto, la gente se pregunta para qué vivo, porque vivo. Pero es la oportunidad de releer el Evangelio, el regalo que recibimos y que podemos transmitir a los que vienen. Y por eso es tan importante el Concilio que nos dice: vuélvete a la palabra de Dios y mira nuestro tiempo, y míralo como él miro a la samaritana con qué cariño. Es el momento de reafirmar lo esencial de la Iglesia y reafirmar que su primera función es salvar a la gente, recoger al caído y sanar sus heridas. Hay personas que por decir la verdad pueden olvidar la misericordia. Eso no debe ser así. No debemos mentir, no debemos engañar ni ocultar la verdad, pero debemos compartir la pasión de Jesús que es el Salvador. Y les recuerdo algunas de las cosas que nos dicen los Obispos: Jesús nos ayuda a entender la dignidad de la persona humana, Jesús nos ayuda a darle sentido profundo a la vida, Jesús nos ayuda a reemplazar el individualismo por el amor y la solidaridad, Jesús nos ayuda a reencontrar la verdadera libertad, Jesús nos ayuda a enfrentar el dolor y el fracaso, Jesús nos ayuda a darle dignidad al trabajo humano, Jesús nos ayuda a vivir el pluralismo y a fundar sólidamente nuestros valores, etc. porque nos revela un Dios que es Padre de todos y quiere que todos se salven. Vuelvo a recomendar que se use la carta de nuestros obispos como un telón de fondo del Sínodo y le pido a Dios que el nuevo Pontífice, en la situación difícil que vivimos, nos dé ejemplo de espíritu evangélico para recuperar la esperanza y nos permita soñar.
Y yo quisiera terminar con algo que rezo todos los días, porque ya soy viejo, y porque en tiempos de crisis podemos descorazonarnos. Se trata de una oración, de un poema de Unamuno, que le dice a Dios: “Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar. La hiciste para los niños, yo he crecido a mi pesar. Y si no agrandas la puerta, achícame por piedad. Vuélveme a la edad bendita en que vivir es soñar”.
La Iglesia tiene como nunca una palabra que decir a nuestra sociedad si ella encarna un cristianismo fiel, libre y renovado. Esto es lo que Jesús pide hoy a sus discípulos.




[1] Comité permanente del Episcopado de Chile, Carta Pastoral “Humanizar y compartir el progreso”, 27 de septiembre de 2012.